Fotografía: Galería Flickr de la Presidencia del Gobierno de Canarias. Algunos derechos reservados.

Alfonso Pedrosa. Qué cómo puedo hacerme con el libro de abstracts de la jornada Diabetes 2.0 celebrada en el Hospital de Valme. Eso me preguntó, después del evento del jueves 9 de febrero, una persona que estaba realmente interesada en participar en este lío enriquecedor y que, por razones laborales, al final no pudo asistir. Pues no, no hay abstracts. Claro que no. Porque allí había personas hablando con personas, no líderes de opinión encandilando a la audiencia. Es díficil comprender el ambiente de esa mañana sin haber estado allí. La imagen que se me antoja más parecida a lo que algunas personas vivimos en esas cuatro horas de charla y debate es la de asistir al comienzo de un proceso de formación de nuevas tierras, como esa isla que quizá esté naciendo en Canarias, junto a La Restinga.

De todas maneras, una vez metabolizadas las cervezas y la tapa de mamut con tomate de la cafetería del Hospital que me jinqué después de una intensa mañana asistiendo al espectáculo, grandioso y estremecedor, del nacimiento de la matriz de una red, algunos apuntes de ésos de servilleta de bar sí que puedo ofrecer.  

Primero. Lo cortés no quita lo valiente. Como era de esperar en una actividad montada con presupuesto cero, hubo algunas incidencias tecnológicas suplidas resueltas como se pudo con profesionalidad, ingenio y buena voluntad. Pero ello no obsta para señalar que es una contradicción demasiado flagrante a estas alturas que se hable de apertura de redes en una institución donde el factor capadocio pesa tanto que prácticamente hay que montar el número de la cabra para sostener una precaria infraestructura de streaming y wifi. Sólo si los profesionales convencen a sus directivos (centro a centro, no en general) de la importancia del acceso libre a Internet y éstos trasladan de manera rotunda esta necesidad a los nodos superiores de decisión podrán revisarse las razones administrativas, técnicas y jurídicas que justifican las restricciones. Aquí los profesionales tienen que pasar de la queja a la propuesta en clave interna y de manera inequívoca, con compromisos por delante. No es una cuestión de listas reivindicativas, sino de no perder el tren: nuestros clínicos, en general, históricamente, no han sabido manejarse con soltura con el inglés, la lingua franca de la ciencia actual. Es conocido el coste en términos de oportunidades perdidas de todo eso. Todavía hay tiempo para que aprendan a desenvolverse decentemente con Internet.

Segundo. Hay movimientos en el seno de la organización sanitaria pública andaluza que intentan generar palancas de fuerza para redirigir las pesadas inercias de las instituciones que configuran ese entramado hacia una cultura descentralizada. Que quizá un día evolucione hasta mostrarse con una estructura parecida en la medida de lo posible a una red distribuida. Esos esfuerzos, independientemente de filias, fobias y cuentas pendientes, hay que apoyarlos. Y eso se hace de muchas maneras. Una de ellas es facilitarle el trabajo a las personas que se están dejando la piel desde dentro para apoyar, pensar, proteger, explicar, animar, en una tarea de alto riesgo que se parece mucho a la de ser el canario en la mina, el primero que la palma cuando aparece el grisú.

Tercero. En una situación de emergencia económica como la actual, es una obligación moral urgente para los profesionales y los gestores de la cosa sanitaria pública que la coordinación entre la Atención Hospitalaria y la Atención Primaria en el ámbito de la diabetes sea una realidad. Pero ya. Hay en juego asuntos muy serios. No puede ser que los pacientes paguen el pato de celos, recelos y venganzas de chiringuito. Los mismos profesionales dijeron en la jornada que los documentos de coordinación están hechos y que la gente encargada de articularla está identificada. Pues pónganse a ello. Ya. Los ciudadanos les pagamos para eso.

Cuarto. Las mejoras no sólo vienen con buena voluntad. Hacen falta recursos. Al parecer, según se dijo en el salón de actos del Valme, se necesita un incremento selectivo de recursos gestionado por una organización que sepa hacer una lectura sensata de la variabilidad. Esto no es nuevo; lo que ya es mucho más infrecuente es que eso se dijera en voz alta, en abierto y sin trampa ni cartón. Los debates sobre las tiras reactivas y la dotación de profesionales para programas de educación diabetológica ilustran suficientemente todo esto, a mi modo de ver. Los pacientes están dispuestos a ayudar. Incluso, hay quienes están dispuestos a pagar más. Pero necesitan formación, información y capacidad de intervenir en la toma de decisiones. También, en las decisiones relacionadas con la distribución de los recursos disponibles en una época de crisis.

Quinto. La gente quiere echar un cable para que el Sistema Nacional de Salud sea viable. Las intervenciones de las personas que había en el salón de actos (una nube de batas blancas trufada de motas multicolor) demuestran que los primeros dispuestos a hacer sacrificios para defender el SNS y reforzar su legitimidad social son quienes más lo necesitan. Pero están cansados de que no se les den explicaciones de por qué pasa lo que pasa. La gente no es tonta y quiere ejercer su mayoría de edad en todo esto. Señores y señoras de las batas blancas y de la cosa de la gestión: ustedes también son la gente. De manera que, por favor, confíen en sus iguales, abran las organizaciones a la deliberación, abran las compuertas de la información. La gente responde. Y una prueba de ello fue la misma jornada del Valme: con todos los ingredientes para desencadenar un incendio devastador, allí lo que hubo fue una reunión de personas contándonos historias, dándonos y quitándonos la razón, siempre compartiendo las palabras, mientras nos calentábamos en torno al fuego de una buena conversación.

Sexto. Esto sigue siendo un asunto de minorías. Pero la brecha de fondo no es tanto digital como de grado de conciencia. Mari Carmen es diabética, estuvo en la jornada, no tiene ni idea de cómo funciona eso de la tecnología pero puso las peras al cuarto al personal con sus historias de por qué los médicos de su hospital y de su centro de salud no hablan el mismo lenguaje y por qué está dispuesta a defender a esos mismos profesionales sanitarios. Y lo hará del mismo modo en cuanto aprenda a manejarse en la Red. El proceso de toma de conciencia se revela, entonces, como un elemento clave para salvar el gap tecnológico que ralentiza la incorporación de las bolsas de exclusión digital al cambio cultural mediado por Internet. Quiero decir: sin las personas, las máquinas no sirven para nada.

Séptimo. La expresión de esa minoría en Internet es cada vez más potente y quienes se atreven a abrirse un blog están ayudando a cambiar, por efecto contagio, la percepción de las cosas de esa mayoría que no está en la Red. Esto es, se empiezan a detectar fenómenos de viralidad imprevistos por quienes los generan, tengan o no que ver en este caso con el mundo de la salud. Esos fenómenos son un núcleo agregador de movimientos que, no tiene por qué pero puede ser, quizá desencadenen alguna que otra tormenta perfecta. Pregúntenles a algunos de los bloggers presentes en lo del Valme, como Federico, Beatriz, Patricia, Antonio, Alex o Emilio. Esa viralidad no es más que la expresión de un compromiso libremente adquirido de las personas con su entorno: unos se van a las Chimbambas de congreso, que es legítimo, y otros se pillan su carro para ir al extrarradio para formar parte  por unas horas de una encantadora pandilla de desarrapados con talento. Que también es legítimo. Con un par.