Alfonso Pedrosa. No se puede vivir como un perro apaleado eternamente. La gente empieza a darse cuenta de cosas a mi alrededor, comienza a entender qué está pasando y se pone en pie. Activa sus mecanismos de supervivencia. De adaptación al entorno. Y ese proceso da origen a un relato, a muchos relatos, que convergen en, al menos, algunas de las siguientes marcas de posición, un puñado de hitos de referencia. Eso es importante. Porque poseer un relato es tener un plan, idear en perspectiva. Echar a andar.

 

Uno. Estamos en guerra. Una guerra postmoderna. Un grupo de intereses articulados en torno a la fortaleza del dólar ha decidido atacar a otro grupo de intereses organizado en torno al euro. Antes, mirábamos con cierta displicencia cómo se alargaba la distancia en términos de innovación entre ambas zonas de influencia. Ahora pisamos el escenario de la batalla mientras China cuenta divisas y va ocupando espacios en el último proyecto imperial de matriz geopolítica. El ataque al euro empezó con la infiltración de activos dolarizados de rentabilidad ligada a créditos de dudoso cobro y entró en una segunda fase basada en el acoso a los socios más débiles de la eurozona. En esa guerra hay muertos. Somos nosotros. Carne de cañón.

Dos. Somos pobres. Hasta donde nos alcanza la memoria, siempre lo hemos sido. La clase media española es una creación del Estado, explicable y explicada por la historia de un país que ha vivido en guerra civil, por poner unas fechas, digamos desde 1808 hasta 1981. Ese esfuerzo de lo público en la articulación de la convivencia ha transformado el lumpen en ámbito de derechos ciudadanos y ha liberado recursos de las economías familiares, que han podido dedicar al libre consumo la parte de sus rentas que, de otra manera, habrían tenido que destinar a inversiones en protección (seguridad, educación, salud) cuyo peso relativo en la vida real de las personas es muy superior al de la presión fiscal.

Tres. Jugarse un país a la única carta de la competitividad a costa de los sistemas públicos de protección social es antieconómico. Porque captura rentas de la clase media antes dedicadas al libre consumo: viejitos apartando lo de las medicinas del mes el primer día de cobro de la pensión. Descapitalizar la sanidad pública poniendo en circulación más porcentaje de las rentas privadas a través de bajadas de impuestos probablemente estimule el sector de negocio relacionado con la prestación de servicios sociosanitarios, pero en ese proceso se queda en el camino la equidad: el lumpen y las clases medias depauperadas. Nosotros.

Cuatro. Las comunidades autónomas, en sí mismas, no son ineficientes. La descentralización ha permitido capilarizar el acceso a los recursos públicos con un fondo compartido de reglas de juego comunes. Basta echar un vistazo al pandemonium cantonal de las webs de los 17 servicios regionales de salud para entender que la diversidad siempre ha garantizado la equidad esencial en el acceso de las personas a la prestación sanitaria pública, aunque se ejecute en muchos casos con medios privados. Han sido las peculiaridades de cada territorio las que han determinado que el problema de viabilidad de fondo (la infrafinanciación estructural) se haya expresado de maneras distintas: acumulación de deuda a proveedores (Andalucía), imputación de pérdidas privadas a la gestión de lo público (Valencia), cesión directa y reiterada de soberanía sanitaria (Madrid) o recaudaciones adicionales para evitar que la prestación privada de servicios públicos quiebre y arrastre a todo el sistema (Cataluña).

Cinco. Somos pobres, pero no somos tontos. Estamos empezando a estudiar. Somos expertos en salir adelante y en echarnos al monte cuando es necesario. Pero, sobre todo, nos estamos empezando a reir de todo esto. Es entonces cuando, de verdad, somos peligrosos.