Significativos resultados preclínicos del agente antitumoral titanoceno Y en líneas celulares humanas de cáncer de mama y en modelo murino. La investigación ha sido desarrollada por el grupo de Matthias Tacke, del Centre for Syntesis and Chemical Biology de Dublín (irlanda), que lleva cinco años trabajando en compuestos relacionados con las posibilidades del titanoceno como antitumoral.
En el modelo animal, se constató una reducción en un tercio del volumen del tumor, con una inducción de apoptosis comparable, según los investigadores, al cisplatino. In vitro, la citotoixidad fue 13 veces mayor que la lograda en experimentos anteriores realizados con células tumorales de próstata, cérvix y tejido renal.
Los últimos datos relativos a este trabajo están publicados en Anti-Cancer Drugs y refuerzan las investigaciones sobre el uso terapéutico de derivados no metálicos del titanio. En la Universidad de Granada, el grupo de Biotecnología de Hongos y Síntesis de Moléculas Activas desarrolla una línea de investigación sobre ciclaciones biomiméticas usando como catalizador el cloruro de titanoceno. En esta misma universidad andaluza se leyó en 2004 la tesis doctoral ‘Nuevas reacciones promovidas por titanoceno en química de radicales libres. Síntesis de terpenoides bioactivos a partir de germacrólidas accesibles’, cuyo autor es Antonio Rosales Martínez (ref. item 551 del link).
Redacción Synaptica.
Fotografía: desde la izquierda, James Claffey, Clara Pampillón, Katia Strohfeldt, Matthias Tacke y Nigel Sweeney. Créditos: University College Dublin.
Una medida excepcional para un momento excepcional. El Gobierno central se plantea, y pretende acordarlo con todas las comunidades autónomas, que los residentes de cuarto año de Medicina de Familia pasen a ejercer la especialidad de modo inmediato, haciéndose cargo de las consultas de los centros de salud. El acuerdo que propondrá el Ministerio de Sanidad a las comunidades autónomas precisa que "de forma excepcional y durante el periodo que va desde junio de 2008 a mayo de 2009, se autoriza a los residentes de cuarto año en formación de la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria, para compatibilizar la conclusión de su periodo formativo con el desempeño de las funciones de médico de familia, siempre que el tutor del residente no manifieste por escrito su criterio en contra".
De este modo, se pretende salir al paso de un problema añadido al del déficit de profesionales en determinadas especialidades clínicas, entre ellas la Medicina de Familia. Y es que, en el año que comienza, ningún Médico Interno Residente (MIR) de esta especialidad acabará su formación.
Este vacío en las promociones de especialistas dedicados fundamentalmente a la atención primaria en los centros de salud tiene su causa en la aplicación, a partir de la convocatoria de plazas formativas MIR de 2004, de la normativa que eleva a cuatro años la duración del periodo formativo de los residentes de esta especialidad.
Aunque la medida tiene un inequívoco sentido de intento de reforzar las relativamente menguadas filas de los médicos que trabajan en los centros de salud españoles en una situación excepcional, técnicamente no supone, en teoría, ninguna conculcación de competencias.
En la legislación vigente está prevista la potestad gubernamental de recurrir a esta medida y en el propio programa formativo de la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria se le reconoce a un residente de cuarto año, según fuentes del Ministerio de Sanidad, la capacidad de "participar activamente en todas las actividades del centro de salud y hacerse cargo de forma autónoma y completa de una consulta sin la presencia del tutor".
Sacar los fantasmas a pasear es, en ocasiones, vivificante. Ahora toca el asunto de la falta de médicos en el SNS. Los médicos de dentro de muy poco, prácticamente ya, van a ser los más poderosos de la historia reciente: serán ellos quienes elijan a su empleador, y no al revés. Los gestores del sistema público han gobernado demasiado tiempo pensando sólo en el rédito electoral (qué pone contentos a los votantes) y han descuidado el cultivo de algo esencial: el sentido de pertenencia de los profesionales a una organización pública, vinculado a la noción de compromiso personal con una conquista social innegable; la que hace posible el acceso a la alta tecnología diagnóstica y terapéutica en función de la ciudadanía, no de la renta. Los médicos empiezan a largarse a pastos más refrescantes, donde se les llame señor doctor, no se les considere máquinas expendedoras de recetas y se les deje organizar su trabajo conforme a objetivos asistenciales no necesariamente coincidentes con la conveniencia política del momento. O, simplemente, donde se les pague mejor: en Portugal se cobra el doble y no se ven más de 20 pacientes en una mañana en un centro de salud. A costa, claro, de la existencia de tickets moduladores de acceso a las consultas que pagan los pacientes: pero eso, técnicamente, es irrelevante.
Los médicos españoles ya no van a seguir a ningún flautista de Hamelin que les toque la milonga del sacerdocio asistencial. Empiezan a olfatear que son, de nuevo, imprescindibles, y van a hacerse querer. Van a cobrarse, uno por uno, cada latigazo sufrido en las espaldas de su orgullo de chamanes cuasidivinos de la tribu, antes de acallar sus aullidos con euros nuevos y crujientes de curso legal.
Sembrar incoherencias tiene eso, que la gente ya no ve líderes, sólo capataces de esclavos. Incoherencia es la porosidad existente entre los niveles directivos de lo público y lo privado: un consejero autonómico cesa y se va a trabajar a la industria farmacéutica; un carguete ministerial deja de ser útil y se le reubica en una consultoría que luego factura a ese mismo departamento gubernamental; un gerente de hospital, persistente martillo de herejes discrepantes, se cansa un buen día y ficha por una clínica privada; un adalid de Alma Ata acaba comprendiendo que la revolución nunca madruga y termina de asesor áulico de cualquier lobby corporativo-empresarial. Incoherencia es desplegar una cultura de derechos infinitos ante los ciudadanos sin intervenir sobre las causas de las desigualdades en salud. Incoherencia es ignorar que la epidemia de obesidad tiene que ver con el precio de la fruta en el supermercado, que los excesos de mortalidad por altas temperaturas en verano están relacionados con el número de hogares habitados por mayores de 65 años que tienen aire acondicionado, que cierta patología psiquiátrica y la precariedad laboral van de la mano y que una analítica de colesterol total es más barata que un estudio diferencial.
Ofrecer satisfacción de expectativas sin más señas de identidad que las de la cultura del consumo acaba por impregnar de cinismo todo el sistema. Un cinismo que se ha ido instalando desde arriba, con la complicidad de los de abajo y el miedo cerval a enemistarse con los votantes-usuarios-pacientes-clientes, olvidando algo de sobras conocido: que entre el despotismo más o menos ilustrado y la barra libre con pólvora del rey hay un abismo. El abismo de la honestidad. A nadie puede extrañarle que la credibilidad de los argumentarios políticos de la sanidad pública esté por los suelos. Y quizá no vuelva a levantarse en mucho tiempo. O nunca, tal como está la cosa Volkenstein y la transformación sibilina de los servicios públicos en organizaciones de interés general.
El último, que apague la luz. La factura de la fiesta la pagarán los de siempre. Y lo triste es que lo harán de buen grado.