Fotografía: galería Flickr de scomedyAlgunos derechos reservados.

Hace poco, en ProPublica analizaban la cuestión de la segunda víctima en casos de error clínico con daños en el paciente. Blair Hickman explicaba en ese articulo de fondo que, cuando las cosas salen mal, los buenos profesionales que se hayan visto implicados en algún desafortunado incidente (generalmente en el quirófano), lo pasan peor. Primera víctima: el paciente. Segunda víctima: el profesional serio que, por un cúmulo de circunstancias, se ha equivocado. Se abre entonces, bien lo saben los clínicos de trinchera, el abismo del terror a la muerte civil a través de un proceso judicial que puede acabar o no en sentencia condenatoria. En el mejor de los casos, demasiado tarde para la restitución del honor y del prestigio. Pero del lado de ciertos sectores del activismo de pacientes, se cuestiona este planteamiento: la primera víctima es el paciente perjudicado, pero la segunda es su familia, no el clínico. Si acaso, el médico que se ha equivocado es la tercera. Como mucho.

Hay quien ha pensado en estas cosas y parece que, con este esquema de guadaña pendular acechando las cabezas que trabajan sobre la mesa de quirófano, no se va a ninguna parte: la judicialización es carísima, impide analizar en voz alta los errores para que no se vuelvan a repetir y puede acabar con una carrera profesional prometedora; todo eso sin entrar siquiera en la estructura coriácea del mundo de la medicina defensiva. Hay quien apuesta por la luz y los taquígrafos, como SorryWorks!, no tanto por el afán de vendetta como por seguir la lógica de hierro del libre mercado, confiando en que así mejorarán las cosas por mor del miedo a perder negocio. Incluso se habla, cada vez con más insistencia, de las ventajas para todos los actores de los acuerdos extrajudiciales. Me pregunto si sería posible profundizar y dar un paso más: sistemas independientes de arbitraje. Hay experiencias por ahí, como la Comisión Nacional de Arbitraje Médico de México, que no sé cómo funciona ni si resuelve problemas de verdad. Pero seguro que merece la pena darle una vuelta al asunto. Incluso desde el ámbito de las comisiones deontológicas de los colegios profesionales, que están para algo más que para debatir sobre el Concilio de Nicea. Por el bien de todos.