Alfonso Pedrosa. He estado curioseando en un proyecto de crowdsourcing aplicado a la investigación básica. Es una de las iniciativas de la plataforma Foldit: jugadores en línea demostrando su pericia a la hora de doblar una proteína. En este caso, lectina fijadora de manosa, MBL (por Mannose-Binding Lectin). Es un videojuego para muy frikis, sí: pero de ahí pueden salir soluciones para algo tan serio y devastador como la sepsis. Cuando un player logra resolver el encaje de uno de los plegamientos de la proteína en cuestión, los resultados se mandan a los investigadores. Expertos y no expertos trabajando juntos. Hay, solo en el proyecto de la sepsis, casi 300 players que dedican tu tiempo, su habilidad y su pasión a jugar a resolver el puzzle tridimensional de la MBL. Algunos resultados de las iniciativas de Foldit ya han llegado a los grandes canales de distribución de la información científica, como Nature Biotechnology. Foldit tiene el respaldo de las siguientes organizaciones: UW Center for Game ScienceUW Department of Computer Science and EngineeringUW Baker LabDarpaNSFHHMIMicrosoft y Adobe. El software del juego puzzle puede descargarse en distintas versiones para Windows, MacOS y Linux.

La idea me parece brillante y, además, veo en ella varios indicadores de que el cambio cultural catalizado por Internet no es solo una bonita frase. La sociedad red está en marcha y hechos como la existencia de estas nuevas formas de trabajo están afectando al fondo de los grandes paradigmas, al contenido esencial de las líneas de delimitación de los valores sociales. Me explico:

Los investigadores están recuperando con este tipo de iniciativas su identidad genuina: humildad y apertura intelectual. Las suficientes como para aceptar que hay buenas ideas al otro lado, fuera del corral, y para someter a crítica su propio trabajo. Nada que ver con el veo-veo mamoneo de cuñados y convolutos en el que se ha convertido el mundo de la Gran Ciencia.

La actitud de los agentes tradicionales ha cambiado: el Ejército de EEUU, otros departamentos federales, gigantes del sector informático, centros de investigación clínica y una universidad están juntos en el proyecto. Pero los socios facilitadores no lo secuestran. No meten las zarpas a la caza de rentas capturables. El reparto de las rentas es un debate externo al proyecto, que es un espacio libre. Para jugar. Comento esto porque uno de los grandes pecados de las instituciones públicas y privadas que financian cualquier clase de proyecto extramuros por estos pagos suele ser un exceso de supervisión y control que acaba matando la iniciativa. Hay réditos, claro que sí; pero solo llegarán en abundancia si no hay prisas ni coerciones para acelerar su aparición, si no hay estrés en la búsqueda de elementos conectores entre el diseño del proyecto y las cuentas de resultados.

El personal, los players, no se mete en esto por solidaridad con el sufrimiento humano ni por amor a la ciencia. Sí, también. Pero por supuesto que existe el aliciente de la recompensa. Aunque en función de un mapa de valores distinto al tradicional. La recompensa se mide en reconocimiento, en prestigio, en visibilidad y en placer, el placer de la pasión ante un desafío. Nada más hacker que aquello de que un mismo problema no debería tener que solucionarse dos veces. Si además luego llega la retribución económica, miel sobre hojuelas: pero está claro que lo que impulsa a alguien ajeno al mundo de la biomedicina básica a intentar plegar una proteína tiene uno de sus fundamentos esenciales en una nueva relación con el dinero y con el trabajo.

Algo está cambiando. La catedral se está convirtiendo en bazar.