El pasado 18 de agosto de 2015, el Diario Oficial de la Unión Europea publicaba algunas recomendaciones del Consejo de la Unión sobre el Programa Nacional de Reformas de España para 2015. En ese listado hay dos alusiones clave para entender algunos elementos específicos de la deriva de la política sanitaria, a escala central y autonómica, para el bienio 2015-2016 : se pide más coste-efectividad en el sistema y más control del gasto farmacéutico hospitalario. En román paladino: decidir en función de los resultados del producto final de la asistencia sanitaria y meter a los hospitales en el redil de la unidad de gasto controlada tanto por volumen como por precio unitario en lo referente a los medicamentos.
Estas exigencias (hablar de recomendaciones a estas alturas es un eufemismo que insulta a la inteligencia de cualquiera) están ya metiendo presión a las organizaciones asistenciales y, de hecho, definen el panorama de la política sanitaria actual.
En el ámbito de las decisiones macro, el Gobierno central está dando vía libre en la práctica a las autonomías para que desplieguen su imaginación sin mirar los destrozos, con tal de encontrarse hechos los deberes impuestos a las comunidades autónomas en términos de regla de gasto y déficit, a la vez que se introduce en el interior del núcleo de control de las cuentas regionales.
En la meso-gestión hospitalaria, ya se están dando episodios de canibalismo presupuestario: si me gasto más dinero en personal, no llego a los objetivos de gasto en medicamentos. Y viceversa. Capítulo I versus IV. Una cuestión interesante a la hora de introducir a los pacientes en determinados contextos reivindicativos: ¿acceso a los tratamientos o acceso a los profesionales? De ahí la urgencia impostergable de medir resultados. Y de saber discernir a qué tipo de batallas se apunta uno.
En la microgestión, riñones: o se hacen las cosas lo mejor que se puede con lo que hay o se bunkerizan las agendas para salvar lo que se pueda del bienestar (legítimo) de los profesionales.
Parece que no va a haber rebelión institucional contra las reformas exigidas por la Unión (vale decir, con todos los matices que se quiera, autoimpuestas). Tampoco parece que ningún sistema de financiación autonómica va a introducir bridas finalistas (los jacobinos son los nuevos malditos). Ni tampoco parece probable que los consejos de ministros ni los gobiernos regionales vayan a experimentar una epifanía de solidaridad interna presupuestaria para salvar lo esencial a costa de lo accesorio porque, ¿qué es accesorio en política?
El SNS español fue uno de los mejores del mundo. Quizá lo siga siendo. O esté a punto de dejar de serlo. O nunca fue tan bueno y nadie dijo nada porque así a todos nos iba mejor. En cualquiera de esos casos, el SNS se encuentra ahora ante una encrucijada de supervivencia. Ese momento transcurre ahora, sin ruido ni malvados. En silencio. En la atonía de una inercia zombi tan sólo quebrada de cuando en cuando por las mejores voces de una generación crepuscular que, siendo consciente de que el SNS no está en el fondo en las grandes agendas ni en el relato social dominante, aun así, da las últimas batallas sin medalla en tribunas públicas, en despachos gerenciales de instituciones y empresas, en consultas y en plena calle. Por mucho más que un sueldo: por esperanza.


Fotografía: TaxCredits.