Los niños de la crisis: esta frase es un hallazgo acertado y triste de Soledad Márquez, presidenta del Comité Científico del XXXIV Congreso de la Sociedad Española de Epidemiología. Márquez ha soltado esta perla en la rueda de prensa de presentación de esta cita científico profesional en Sevilla, acompañada por Juan Ramón Lacalle e Ildefonso Hernández, para hablar de las repercusiones sobre la salud del horror económico (Viviane Forrester) sufrido especialmente por las personas más vulnerables. Si años atrás se aludía a las privaciones de la generación de la postguerra española para explicar el déficit de calcio de buena parte de la población femenina a partir de cierta edad, es muy probable que, en cuanto empiecen a consolidarse los datos y a establecerse relatos coherentes en torno a ellos, quede fijado en el imaginario social el coste en salud de los quebrantos económicos padecidos por una franja depauperada de la población cada vez más numerosa.
La coherencia de la propia biografía de la epidemiología y la salud pública como ciencia para la acción (Lacalle) y el inequívoco perfil de quienes han tomado las grandes decisiones de gobierno para capear la crisis en España encauzan este relato naciente hacia la crítica del austericidio neoliberal (que no liberal, lean a Hayek) y desde ahí es plausible ubicar la zona de confort aquiescente e implícito de este ámbito de estudio en las políticas de gobiernos socialdemócratas (Hernández). Sin embargo, esta cadena de razonamiento no me acaba de convencer. Por dos motivos. El primero, porque pone a la epidemiología y a la salud pública en serio riesgo de devenir de ciencia en ideología. El segundo, porque la socialdemocracia necesita redefinirse (Tony Judt) desde bases distintas a las del incremento sostenido del gasto público.
Los niños de la crisis necesitarán acompañamiento durante las próximas décadas para salvar lo salvable de sus condiciones de salud. Sin duda, ese acompañamiento debe realizarse desde las instituciones públicas, aunque no solo desde este ámbito (el mejor seguro de salud es un trabajo decente, JFK, creo recordar); aunque solo sea porque la jibarización de los sistemas de protección social a cargo del Estado es un hecho irreversible que hace inútiles desde el punto de vista operativo las grandes planificaciones. Al menos, las basadas únicamente en conceptos poblacionales, de grupo homogéneo sujeto pasivo de una batería de indicadores, anulando la variabilidad individual cuando esos planes se llevan a la práctica. Se perdería una gran oportunidad si se siguiesen aplicando las mismas plantillas metodológicas a una sociedad que ha cambiado tanto tras la devastación de la crisis. Y, precisamente, es una epidemiología realmente libre de conflictos de intereses (por supuesto, comerciales, pero también aquellos relacionados con la agenda política) la que puede reenfocar la cuestión, entendiéndola desde las personas, no desde la ingeniería social.


 

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