Ilustración: dominio público, from Wikimedia Common.

Ensalzaba yo hace poco muy ingenuamente, en amigable charla con un veterano asesor empresarial, la sabiduría institucional de la República de Venecia en sus buenos tiempos, cuando la Serenísima gobernaba un imperio fundado sobre relaciones comerciales y no sobre el dominio efectivo de extensos territorios en el exterior.

Me resulta especialmente atractiva una de las instituciones jurídicas venecianas de aquellos tiempos, la colleganza: el acuerdo entre dos partes en el que una pone las mercancías (y a veces, la nave y su equipamiento) y otra el viaje comercial, compartiendo riesgos y ganancias.
La colleganza fue una auténtica innovación social medieval que permitió a mercaderes pobres asociarse con otros en mejor situación en un acuerdo entre iguales. El potentado ponía en el envite las mercaderías y la otra parte, el viaje comercial. Ambos compartían riesgos y beneficios muy reales. Riesgo de perder la inversión, uno, y la misma vida, otro, en los azares del mar. Beneficios en retornos económicos que en algunas ocasiones llegaron a ser fabulosos.
La colleganza veneciana fue posible por la preexistencia de confianza. Y ésta pudo formar parte del medioambiente porque sus reglas de juego y el conocimiento de sus actores estaban bajo el control social efectivo: porque Venecia era una comunidad.
¿Por qué no es posible hoy la colleganza en mi país, en mi ciudad?, preguntaba yo a mi interlocutor. A fin de cuentas, la gente que se busca hoy la vida de verdad con poco más que sus manos y la dotación neuronal de partida de cada cual no quiere subvenciones: sólo una presión fiscal razonable y las mínimas trabas administrativas posibles. Conexión con la puta vida real al margen de la falacia del neodiscurso políticamente correcto del emprendimiento.
Y mi sabio interlocutor me respondió algo así: la colleganza hoy no es posible porque la actividad económica no es libre. Me quedé pensando en su alegato thatcherista, y añadí por mi cuenta: la colleganza hoy no es posible no porque exista el Estado, sino porque el Estado ha liquidado a la comunidad.