Fotografía: galería Flickr de AlexSlocker, algunos derechos reservados.

Los hospitales tienen alma. O algo parecido. Personalidad. Estilo. Maneras de ser. De afrontar la adversidad o de celebrar la Nochevieja. Eso se nota nada más franquear sus puertas. Y, con el tiempo, uno acaba pensando que son organismos con vida propia, con biografía. El Hospital de Valme, donde el próximo 9 de febrero nos juntaremos para charlar sobre Diabetes 2.0, también tiene su biografía. Es un hospital a extramuros de la idea que de sí misma tiene la ciudad de Sevilla y su actividad se vuelca fundamentalmente sobre una población, obrera y rural, históricamente muy machacada. Valme está al margen de la gente guapa. Y eso me gusta. Porque ese contexto no ha impedido (quizá, incluso, lo haya facilitado) que ahí haya gente grande, muy grande, entre sus profesionales. De los que salen en la foto y, muy especialmente, de los que son invisibles para el Gran Mundo y no están en el candelabro.

El Área de Valme ha crecido en un semillero social que, con los años, ha germinado alrededor de su perímetro disperso (su población de referencia es de 350.000 personas repartidas entre un puñado de municipios) hasta transformarse en una enredadera de ir y venir de gente que se cruza, organizaciones asistenciales que interactúan, administraciones de diferente nivel que hablan entre sí, asociaciones de pacientes que muchas veces vehiculan reivindicaciones más allá de lo estrictamente asistencial. Como ésa en la que anda metida Beatriz ( aka @Fosilera9 ), una persona que tiene mucho que ver con esta historia. Lo de la enredadera también me gusta. Porque es una de las figuras más logradas que se utilizan para explicar los multiformes fenómenos de bricolaje mestizo en lo cultural, lo social, lo personal y lo tecnológico que está propiciando Internet. Y porque es precisamente ese mestizaje lo que ahora puede fortalecer y salvar de la quema a las organizaciones asistenciales (en este caso, públicas) tras una larga historia de olímpico aislamiento institucional. Ahí, a ese territorio desconocido de intercambios y mapeos de rutas ignotas, al que es comprensible que haya quien se aproxime con cierta cautela, es donde lleva el bus 37, que es la línea de transporte público con parada en el Hospital de Valme desde el centro de Sevilla. Pero vamos, que como digo línea 37 digo la M-104, que es la que lleva a Valme desde Alcalá de Guadaíra pasando por El Tomillar y Dos Hermanas.

Cuando Mavi (la directora de la Unidad de Gestión Clínica de Endocrinología), Claudio (el gerente), y Toñi, la responsable de Comunicación, aceptaron abrir a la conversación y a la Red a un asunto tan sensible como la atención diabetológica que se presta en el Área de Valme, vieron las dificultades pero confiaron. Fueron conscientes de los riesgos de desactivar el blindaje escudo deflector de la institución en un momento en el que llueven piedras en su entorno pero se lanzaron. Aceptaron, con menos papeles que una liebre por delante, una propuesta de participación ciudadana que pretendía, pretende, hacer del salón de actos del Hospital durante unas horas un lugar para aprender y compartir lo que se sabe, sin deudas ni banderas, que diría Luis García Montero.

Una iniciativa que se plantea así, tan abierta, sin moldes prefigurados, posee de partida algunas características que, al menos en mi caso, son señales de confirmación de ruta. De saber que se hace lo que se tiene que hacer. Y que, además, es divertido. Y que funciona. Entre esas características está el que somos pobres. Retadoramente pobres. En la movilización de recursos y en conocimiento. En lo de los recursos, porque esa jornada del 9 de febrero se ha montado con todo el apoyo institucional del Hospital pero con un presupuesto de cero euros. Gracias a la generosidad casi suicida de gente como @ipacoflores , @randrom@soyrami y @drzippie , va a ser posible poner en el mapa de la Red la iniciativa Diabetes 2.0 y dotarla de una potente carga inicial de propuestas y talento. Eso, sin duda, huele a pólvora y a libertad. Y me gusta. Mucho. Y también somos indigentes en lo del conocimiento. Dice Richard Sennett en su ensayo sobre la artesanía y los artesanos que el mundo laboral contemporáneo se ha transformado en un archipiélago de talleres, donde las teorías abstractas ya no sirven si no se contrastan en comunidad con lo asumido individualmente durante años de práctica. Que no valen las ideas salvíficas, los cambios, si no son incorporados por cada persona, por muy poderosos que sean los mecanismos de control en una organización social, política o sanitaria. "Despertar la autoconciencia es precisamente la manera de impulsar al trabajador a que mejore su trabajo", apunta Sennett. Pero, ¿dónde está esa autoconciencia en mitad de tanto ruido y miedo? Lamentablemente, somos portadores de los genes del sistema. Por eso necesitamos la deliberación entre iguales; para darnos cuenta de nuestros prejuicios y corregirlos en lo posible mediante el libre contraste, para revisitar las fuentes conceptuales que un día nos impulsaron a emigrar a la Red, para asumir los hallazgos de los demás, para aprender a incorporar al propio discurso el valor del bagaje compartido. Y, también, para cuidarnos entre nosotros, porque, como dice @frelimpio , el territorio que pisamos se parece cada vez más al paso de las Termópilas. Por eso, que personas como Pedro, Salud o Patricia, entre otras, procedentes de culturas diversas y exteriores a la vida orgánica de un hospital digan, desde ya, que estarán en Diabetes 2.0, inaugura grandes esperanzas. Entre ellas, la de que es posible introducir en la vida de las organizaciones y de las personas, como una enredadera trepa en mil ramificaciones y se cuela por las grietas de la pared, la savia nueva de la pasión creativa. Y, eso, como explica Pekka Himanen en sus ya clásicas reflexiones sobre ética hacker, se parece mucho a inventar el mundo. Otra vez.